martes, 19 de agosto de 2008

Sesión 14: El Islam se expande, 632 - 950

En la última sesión analizamos el contexto histórico de Mahoma y el curso que siguió su carrera como profeta y unificador político. Después de su muerte en 63, sus seguidores se enfrentaron al problema de definir su comunidad. ¿Deberían continuar como una comunidad única con un solo líder o deberían regresar a su forma de organización tribal? Después de difíciles discusiones los primeros musulmanes decidieron tener un solo líder y el suegro del profeta, Abu Bakr, quien había sido uno de los primeros seguidores, se hizo autonombrar el primer sucesor de Mahoma. En árabe, la palabra para sucesor es la palabra khalifa de donde viene el término califa, la palabra empleada para describir a todos los sucesores de Mahoma como líderes de la comunidad islámica.
Abu Bakr inmediatamente se enfrentó a un problema político: aunque la mayor parte de Arabia central había transferido su lealtad de Mahoma a Bakr, las comunidades al margen restablecieron el control local tanto religioso como político. Algunas áreas reclamaban el derecho a continuar como creyentes a pesar de no querer pagar impuestos a Bakú. Otras comunidades coquetearon con la idea de regresar sus antiguos sistemas de creencias. Además, en otras áreas surgieron profetas que competían. Bakr atacó a todas las comunidades indisciplinadas y las derrotó en lo que se llamaron las Guerras de Apostasía al enviar tropas a Yemen, Nejd y Yamama. Bakr utilizó una táctica psicológica interesante: atacó primero a las tribus vacilantes, ayudando así a que su propio ejército se agrandara antes de atacar a los enemigos verdaderamente peligrosos como Musaylima, el “falso profeta” de Yamama. Para 634, después de hacer campañas en Siria, Mesopotamia y Omán, las tropas de Bakr sometieron a la península arábiga. El cuadro entrenado de soldados que Bakr desarrolló durante las Guerras de Apostasía fue el fundamento de la futura expansión islámica pues convirtió a un ejército poderoso que estaba liderado por seguidores devotos. Por primera vez en la historia de Arabia, varias tribus y pueblos en la península estaban unidos en una entidad política única.
La combinación de la unidad política con el fervor religioso puso a los árabes al camino de las conquistas en masa. Las primeras conquistas ocurrieron principalmente durante el reinado del segundo Califa Umar ibn Al-Khattab (r. 634-44) a quien Abu Bakr había seleccionado para ser su sucesor aunque el tercer Califa Uthman ibn Affan (r. 644-56) también juntó muchos territorios nuevos. Durantes estos dos reinados, los califas enviaron a sus ejércitos a los imperios bizantino y sasánida. En el noroeste atacaron a los ejércitos bizantinos en Palestina y Siria. Estas áreas ya eran el hogar de muchas tribus que hablaban árabe por lo tanto el proceso de conquista fue bienvenido. En 636, el emperador bizantino Heraclio quien había sido derrotado por los sasánidas respondió a estas primeras incursiones al enviar un gran ejército al valle de Yarmuk, donde fue destrozado. Esta batalla terminó con la resistencia bizantina en la región y pronto toda Siria y Palestina quedarían bajo control islámico. Las únicas excepciones fueron algunas ciudades costeras que podían ser abastecidas por medio del mar. Siria se convirtió entonces en la base para una serie de incursiones árabes en Armenia, el norte de Mesopotamia y el sur de Anatolia. Para 642, los árabes quitaron a Constantinopla el control de Egipto, el abastecedor de granos del imperio.
Al mismo tiempo, los ejércitos árabes se dirigieron al imperio sasánida, atacando regiones al sur de Irak. Los sasánidas no eran más efectivos que los bizantinos para contener a los árabes. En 637, el ejército sasánida fue destruido en Kadisya al sur de Irak, lo que abrió la puerta para una expansión más profunda. De ahí, los ejército árabes se dirigieron a Khuzestán y Azerbaiyán, pero también mandaron ejércitos a las tierra altas de Irán. Para mediados de la década de 650, los ejércitos árabes controlaban un impero que abarcaba desde Yemen hasta Armenia, desde Sudán hasta Libia, desde Mesopotamia hasta Anatolia y desde Armenia hasta el Cáucaso. Este imperio tuvo un fundamento político-religioso único. Aunque los guerreros árabes eran creyentes, veían su misión como jihad, un esfuerzo militar por extender el mensaje religioso de Mahoma en el mundo del diablo, por lo que sometían a las poblaciones conquistadas a su nuevo orden político. Contrario al caso de Carlomagno o al de la posterior Reconquista en España, los nuevos regímenes islámicos nunca requirieron conversión a la nueva religión si ya eran creyentes del libro –es decir, judíos y cristianos. El nuevo régimen islámico solamente cobraba impuestos lo que otorgaba el derecho de las comunidades de adorar como lo habían hecho, aunque los paganos y los zoroastristas eran forzados a convertirse al islamismo.
Para entender la rapidez de las conquistas, necesitamos analizar las estructuras sociales y políticas de este nuevo estado con mayor detalle. Primero, el estado islámico era un imperio clásico con una élite árabe en los territorios conquistados para gobernar a las masas sin que necesariamente se asimilaran. Esta élite basó su poder en las tribus nómadas del norte y centro de Arabia que se convirtieron en un ejército de punta. Este ejército estaba asentado en varios puestos militares alrededor del Medio Oriente como Bufa, Basra, Fustat y Marv que después se convertirían en ciudades importantes. El movimiento de esas tropas no fue como el de las invasiones bárbaras en Europa o las invasiones mongolas en el siglo trece. Los califas árabes dirigieron esas fuerzas militares de manera central tanto para destruir regímenes existentes como para utilizar su poder político para crear nuevos sistemas burocráticos. Los resultados fueron cruciales para la región. El imperio sasánida estaba completamente deshecho y los bizantinos fueron replegados. El nuevo gobierno trajo consigo un nuevo sistema religioso que excluía casi a todos los demás. Esta estructura religiosa guió y apoyó el ascenso de una nueva clase económica. La riqueza que se había concentrado en manos bizantinas o sasánidas ahora se transfería a la nueva clase árabe. Esta situación fue importante para la posterior expansión del islamismo pues nuevas estructuras económicas crearon incentivos para la conversión de los pueblos súbditos. No había necesidad de utilizar la fuerza que caracterizó al choque europeo con los paganos, pues con el tiempo, el deseo de unirse a la nueva élite política se volvió abrumador.
Con relación al desarrollo de una élite musulmana árabe en el Medio Oriente se encontraba el problema del liderazgo político. La elección de los tres primeros califas como líderes no resolvió el problema de la legitimidad política pues su poder seguía estando basado en las tribus y ellos lo mantenían de manera informal. Cuando la percepción se incrementó que el tercer califa, Uthman estaba utilizado su poder de forma ilegítima los clivajes religiosos y políticos del debate irrumpieron en una guerra civil. Parte del problema era que para mediados del siglo sexto los ejércitos árabes habían alcanzado los límites del mundo “desarrollado” y se volvió cada vez más difícil robar riquezas y tomar hombres como esclavos para el nuevo imperio. En este contexto y por razones que no quedan claras, surgió la percepción de que Uthman estaba favoreciendo a miembros de su familia para distribuir favores financieros. En 656 se desató el descontento en una rebelión y el califa fue asesinado, abriéndose la puerta para un periodo de caos conocido como la Primer Guerra Civil (656-661). Las raíces tribales del Islam ya estaban puestas pues varios cabezas de las familias más importantes dentro del Quraysh combatieron por la supremacía. La consiguiente batalla fue importante para la historia del Islam pues aparecieron las sectas básicas que caracterizan al Islam moderno.
Después del asesinato de Uthman, un grupo de creyentes en Medina escogió a Alí ibn ABi Talib como califa. Alí era primo y yerno del profeta lo que le dio cierta legitimidad familiar pues era parte del clan Hashim. Sin embargo los parientes de Uthman, quienes pertenecían al clan Umayyad, siguieron el estandarte de Umayyad Muawiyah. Después se unieron no sólo con algunos de los otros parientes de Mahoma, incluyendo a la esposa favorita del profeta, Aisha, pero también a figuras sobresalientes de la tribu Quraysh así como a dos partidarios de Mahoma para retar a Alí. Lo que siguió fue una batalla cerca de lo que hoy es Basra llamada la “Batalla del Camello” entre los partidarios de Alí y sus enemigos en el que sus enemigos fueron derrotados.
Los partidarios de Alí o shiat Ali -de donde viene el término Chía o chiítas- establecieron su capital en Bufa mientras que Muawiyah se replegó a sus bases en Siria. Las tropas de Alí se dirigieron al norte para pelear pero ambos lados decidieron no hacerlo ya que no era correcto atacar a los creyentes y se replegaron para esperar la decisión de un árbitro. Ningún lado aceptó los resultados de la decisión lo que significaba que la guerra continuaría.
Sin embargo, la posición política de Alí ya se había debilitado con la salida de un grupo religioso clave para su coalición conocido como los Kharijitas. Los Kharijitas eran una secta muy austera dentro del Islam que enfatizaba la observancia absoluta de la religión. Habían apoyado abiertamente la rebelión contra Uthman debido a su supuesta irreligiosidad, y probablemente creyeron que si Alí llegaba a un acuerdo con lo Umayyads, ellos serían sacrificados. No obstante, los ejércitos de Alí respondieron a la salida masacrando a los Kharijitas en Nahrawan. Este suceso provocó que mucha gente le diera la espalda a Alí porque los Kharijitas eran conocidos y respetados por su religiosidad. Por supuesto, los Kharijitas que quedaron no aceptaron simplemente la masacre y se confabularon para asesinar a Alí. En 661 Alí fue asesinado lo que trajo un periodo de paz después de la guerra civil (Otro asesino Kharijita trató de matar a Muawiyah pero se frustró el ataque). Dado que sólo había un reclamante al trono, gran parte de los creyentes aceptó al nuevo califa, lo que marcó el comienzo del Califato Umayyad (661-750). El reinado de Muawiyah fue estable y próspero. Logró mantener bajo control a los chiítas y a los Kharijitas y comenzó a mandar ejércitos árabes a los territorios vecinos.
Sin embargo, el ascenso de Muawiyah al califato no resolvió ninguno de los asuntos fundamentales a los que dio lugar la Primera Guerra Civil. Por tanto, a su muerte en 680 otra guerra, se desató oficialmente la Segunda Guerra Civil (680-692). Esta guerra fue casi una réplica exacta de la primera, pues eran los mismos grupos los que luchaban sólo que era la siguiente generación la que la llevaba a acabo.
El hijo de Muawiyah, Yazi (r.680-83) dirigió la lucha desde Damasco hasta su muerte, cuando otro Umayyad Abd al-Malik ibn Marwan (r.685-705) se hizo cargo. Los chiítas salieron de su fortaleza en Bufa, argumentando que sólo un descendiente de Alí podía ser Califa y apoyaron al hijo de Alí al-Husayn. En 680, al-Husayn y toda su familia fueron masacrados por tropas de Umayyad en Karbala, pero los chiítas continuaron con su lucha bajo el liderazgo de un hombre llamado al-Mukhtar, quien afirmaba que sus actos eran en nombre de otro de los hijos de Alí.
Al mismo tiempo que los chiítas salían, otro heredero del pasado regresó para reclamar su poder. Abd Allah ibn al-Zubayr (642-692) quien era hijo de uno de los primeros partidarios de Muawiyah se estableció en la Meca, retando a los Umayyads. Además regresaron los Kharijitas en varias partes de Arabia, Irak e Irán. Sólo era cuestión de acción concertada y cruel por parte de al-Malik y su mano derecha al-Hajjaj ibn Yusuf lo que permitiría a los Umayyads pacificar Irak y Arabia. Sin embargo, este proceso de unificación fue sangriento y dejó cicatrices permanentes en el Islam. Antes de su muerte, Yazid permitió que su ejército aplastara una rebelión en Medina y asedió la Meca lo que causó un incendio que destruyó parte de la Cava. Los chiítas se enfurecieron por el asesinato de su heredero al-Husayn y el de toda su familia y el recuerdo de esta traición es fundamental para los rituales religiosos chiítas todavía hoy.
Como resultado, pronto después del martirio de al-Husayn, los chíitas comenzaron a verse a sí mismos como un subgrupo distinto dentro del Islam. Por tanto, las dos guerras civiles crearon las líneas generales del Islam moderno de los sunitas, los chíitas y un grupo más pequeño, los Kharajitas, y cada grupo justificó su posición por medio del recuerdo de estos eventos políticos.
Es en este momento cuando ya podemos comenzar a cambiar de equipo y ver hacia el futuro. Para el año 700, ya se habían establecido los acuerdos políticos internos del califato así como las fortalezas y debilidades que implicaban. Antes de ese momento, el Islam había sido una comunidad vagamente organizada de creyentes quienes se agrupaban alrededor de una ideología central en vez de una estructura estatal específica. Las dos guerras civiles cambiaron todo esto. A partir de este punto en adelante el Islam tendría una autoridad centralizada que guiaría tanto a la religión como la política, y después de 692, los seguidores de Mahoma comenzaron a verse más claramente como musulmanes, un grupo de monoteístas quienes seguían las enseñanzas de Mahoma y que era diferentes de los cristianos y de los judíos.
La dinastía Umayyad cayó en 750 ante los abásidas quienes eran descendientes del tío del profeta Abbas ibn Abd al-Muttalib (ca. 566- ca. 653). Ellos cambiaron la capital del imperio de Damasco a Bagdad pero el califato que se había cimentado bajo los Umayyads conservó su estructura básica. Primero, el califato continuó siendo militarmente agresivo pues los Umayyads atacaron repetidamente Constantinopla en 669, 674-80, y 716-717 junto con incursiones constantes en la península de Anatolia y movimientos en el norte de África. Esta agresión tuvo dos propósitos: era propaganda de la victoria el guerrear contra los infieles y traía consigo más botines y esclavo que podrían ser distribuidos a lo largo del imperio. Segundo, el califato se convirtió en el principal motivador ideológico de los ejércitos del Islam. Sin un califa que dirigiera y organizara las energías musulmanas, no era posible una gran cruzada musulmana.
Por tanto, el desarrollo del califato como una institución político-religiosa nos ayuda a explicar los primeros éxitos militares del Islam durante los siglos octavo y noveno. Durante este periodo los musulmanes finalmente expulsaron a los últimos puestos militares bizantinos en el norte de África, tomando Cartago y Marruecos. La toma de Marruecos y Libia fue de importancia crucial pues ayudó a la conversión de la población nómada bereber del norte de África. En 711, un general musulman llamado Tariq ibn Ziyad condujo a un ejército de bereberes por los estrechos de Gibraltar en España. Dentro de algunos años, los musulmanes controlarían casi toda España hasta los Pirineos donde lucharían contra Francia, antes de ser repelidos por los ejércitos francos. Durante el siglo noveno, los representantes abásidas en Túnez, los aglábidas, comenzaron a incursionar militarmente en Italia, llegando a Sicilia en 827 y manteniendo una continua presencia hasta la llegada de los normando a mediados del siglo once. En el este, los gobernadores Umayyad extendieron su alcance por Irán y se cambiaron a Asia Central y partes del a India –dos lugares donde el Islam ha permanecido a pesar de ataques en su contra.
Es importante reconocer que la expansión imperial del Islam no se confinó a la expansión de su religión. De hecho, gobiernos islámicos no fueron sagaces en expandir los límites de la religión, pues los infieles eran una fuente de ingresos. Todos los miembros de otras religiones que no querían convertirse eran obligados a pagar un impuesto que garantizaba la libertad de culto. Cada converso al Islam representaba una pérdida de ingresos. La expansión del Islam realmente fue el trabajo de comerciantes y predicadores, quienes anduvieron por todo el imperio difundiendo las enseñanzas de Mahoma. Contrario a las conversiones forzadas en la Europa cristiana, las conversiones de los infieles fueron raras y sólo hasta 850 los musulmanes comenzaron a ser mayoría dentro del Imperio Islámico. La conversión de poblaciones nativas fue un proceso lento pues la gente se unía a la nueva religión por una gran cantidad de razones, entre las que se incluían los incentivos sociales y económicos así como un llamado básico hacia las enseñanzas del Islam. Sin embargo, en este contexto no podemos ignorar que los judíos y cristianos en el imperio sufrieron de la persecución que iba en aumento durante los siglos noveno y décimo, cuyo auge llegó durante las cruzadas cristianas.
A pesar de ello, o quizá por su éxito, el califato continuó sufriendo de inestabilidad política. La larga enemistad de los chíitas con los kharijitas continuó durante el periodo Umayyad. Pero los Umayyads también fueron enemigos de los recién convertidos al Islam al favorecer a los musulmanes árabes sobre otros grupos étnicos. Además de inflamar los ánimos por asuntos religiosos, los Umayyads también se enfrentaron a una crisis agrícola severa durante el siglo octavo lo que dañó los ingresos fiscales y requirió de medidas draconianas que exacerbaron la oposición pública. Esto llevó a un levantamiento en 750, en el que los abásidas depusieron a los Umayyads y su líder Abu l-Abbas al-Saffah fue reconocido como califa. Tomó algún tiempo y esfuerzo para consolidarse antes de que los abásidas estuvieran en el poder en 756. Esta familia ocuparía el califato sin interrupción hasta 1258, cuando los ejércitos mongoles depusieron al último califa y abolieron esta institución. El poder abásida real sólo duró dos siglos y para 950 el poder degeneró de tal forma que el Islam se dividió en reinos rivales, con los Buyidas controlando Bagdad, los Ghaznávidas ocupando la mayor parte de Irán, y los fatimíes controlando Egipto y el norte de África. Además, apareció un reino Umayyad en España, fundado por un príncipe que había escapado de la masacra abásida.
Por tanto, podemos identificar dos etapas diferentes de la historia política del imperio. La primera es la gran expansión militar del periodo que va de 63 hasta casi 700. El segundo es una disolución gradual en entidades políticas que competían entre sí entre 700 y 950. La ironía es que la cultura islámica florecía en el periodo de declive político, pues las cortes competían, particularmente en Córdoba, España que creó una rica variedad de arte islámico, literatura y filosofía que un día educaría a Europa. No podemos trazar el desarrollo de este mundo, pero el declive político del Islam abrió la puerta para un contraataque europeo, las Cruzadas, de las que hablaremos en una clase futura.

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