martes, 19 de agosto de 2008

Sesión 12: El cristianismo y la identidad europea en occidente, 400 - 1000

El cristianismo moldeó las mentes y las culturas de los pueblos que surgían en Europa entre el año 400 y el año 1000. En sesiones pasadas he resaltado cómo el cristianismo funcionó de forma diferente en el oriente que en el occidente. En el oriente la iglesia estaba subordinada al emperador bizantino dándole legitimidad política. Sin embargo, en occidente el cristianismo fue el refugio para los romanos que lamentaban la caída del imperio. En un mundo donde se percibía que la cultura romana estaba siendo atacada la iglesia se convirtió en el protector de Roma. No obstante, en esta sesión quiero analizar un tema diferente: cómo los intentos de la iglesia occidental de evangelizar a las tribus bárbaras moldeó a Europa.
La desintegración política y cultural de Roma socavó las nociones tradicionales del tiempo y del espacio, y la iglesia ofreció substitutos coherentes. Los pueblos de la antigüedad vivían en un universo mucho más complicado que en nuestro. Para ellos, el universo no visto era tan complicado como el que veían, lleno de criaturas míticas, dioses y otros espíritus. Los cristianos no eran diferentes en este respecto pero añadieron un elemento importante: su creencia de que Dios había hecho un segundo pacto con toda la humanidad les permitía imaginar una gran comunidad entre estos dos mundos. Las iglesias cristianas en un principio eran pequeñas y estaban diseminadas pero las oraciones de la gente y la predicación del evangelio prometían una comunidad más grande que asociaba tanto al mundo natural como al supranatural.
Esto hace que enfoquemos nuestra atención en dos características que nos llevan directo hacia la iglesia medieval. El primero era que las iglesias individuales difundieron la idea de una relación cercana con Dios. Había muchos cristianos entre los paganos y estaban atrapados en un mundo maligno pero los servicios de la iglesia creaban un puente entre el mundo imperfecto del hombre y el mundo perfecto de Dios. En este sentido, todo se interconectaba, Dios y la iglesia, santos y pecadores, los vivos y los muertos. La segunda característica era el amplio uso, específicamente, de una comunidad cristiana. En la medida en la que la iglesia se difundía por Europa, sus ceremonias religiosas también se expandían, atrayendo más personas a un mundo ritualizado común. Esto sería particularmente importante para atraer lugares como Escandinavia y Alemania oriental en el mundo europeo.
Este sentido cristiano de comunidad cambió la forma en la que el pueblo experimentaba el paso del tiempo. En el mundo antiguo, el calendario pagano o judío determinaba que días eran los más importantes. Este nuevo sentido cristiano de comunidad tanto con los vivos como con los muertos daba significada al paso de cada año. Por tanto, aparecieron conmemoraciones regulares de los obispos más queridos, mártires locales y los santos. La conmemoración regular de estas santas personas acentuaba el sentido de comunión con lo no visto, con el mundo santo. Los santos muertos actuaban como un puente entre este mundo y el siguiente, permitiéndole a la comunidad entera sentir la presencia de Dios.
La expansión cristiana del tiempo santo no fue un problema mientras los cristianos existieran al margen de la sociedad romana. Pero cuando el cristianismo se movió hacia le centro del mundo romano, el problema de las celebraciones cristianas contra las romanas se volvió agudo pues había dos sistemas de tiempo en competencia. Durante la mayor parte de los siglos cuarto y quinto, los cristianos no sintieron un conflicto real. Celebraban festividades tanto cristianas como paganas aunque evitaban los festivales más profanos. Con esto, comenzamos a ver las raíces de un asunto más grande: aunque los cristianos se sentían en comunión con lo sagrado, entendían que el mundo se partía entre lo sagrado y lo profano. Esta distinción no era importante para los antiguos griegos y romanos pero durante el siglo quinto se volvió un problema el establecer los límites entre lo sacro y lo profano. Por ejemplo, en 490 el papa en Roma informó a su grey que los cristianos tenían que decidirse y escoger entre las festividades cristianas o las paganas. Se habían heredado las antiguas supersticiones y los verdaderos cristianos sólo celebraban las festividades sagradas. Por tanto, lentamente y por partes, el mundo cristiano anexó las concepciones romanas del tiempo al remplazar viejas festividades con otras nuevas. Esto por supuesto incluyó Navidad y Pascua pero también los días de los santos y otros como momentos santos.
El cultivar una nueva forma de ver el tiempo iba de la mano con un nuevo sentido del espacio. Esto se hizo gracias al recuerdo de los mártires y de los santos. Durante el siglo quinto, se exhumaron los cuerpos de los mártires y se volvieron a enterrar en iglesias locales, normalmente debajo del altar. A esto siguió una manía por las reliquias pues cada iglesia quería obtener alguna reliquia sagrada para anclar la memoria del sufrimiento del mártir en la conciencia pública. De esta forma, las iglesias se convirtieron rápidamente en lugares para adorara Dios y rodeados por santos y mártires que habían muerto. Algunos se convirtieron en lugares de peregrinación como en el caso de la iglesia de Santiago de Compostela. Además, con esta tendencia difundida las navidades tuvieron una topografía sagrado, es decir, comenzó a surgir un mapa particular del cristianismo. Asimismo, el sentimiento de las ciudades empezó a cambiar. En el mundo antiguo, el centro de la ciudad comprendía a los templos paganos y un centro cívico. En el nuevo mundo cristiano la ciudad se centraba a partir de grandes basílicas, muchas de las cuales todavía dominan el paisaje europeo. Por tanto, vemos los orígenes de ese artefacto peculiar medieval: la catedral.
Hasta aquí mi análisis ha sido general, enfatizando un patrón amplio de cristianización que surgió desde el siglo quinto. Ahora, voy a analizar las formas en las que el mundo cristiano se exportó del imperio romano al norte de Europa. En este punto, debemos tener dos cosas en cuenta. Primero, el llamado para hacer proselitismo es muy fuerte en la iglesia cristiana. Si el mensaje de Jesús es para todo el mundo entonces es deber cristiano difundir su mensaje. Algunos de los santos y mártires más poderosos del cristianismo de hecho fueron asesinados mientras cumplían con su deber de predicar a los paganos. Segundo, en el mundo medieval primitivo era prioritario mantener a salvo al cristianismo. Era muy probable que las tribus que no habían sido convertidas persiguieran políticas agresivas contra sus vecinos –por lo menos en teoría. Carlomagno atacó a los frisios y a los sajones, en parte porque amenazaban la vida de su imperio en el Rhin. Una vez que estas tribus fueron vencidas y convertidas la amenaza desapareció. El mismo proceso apareció después en los siglos noveno y décimo. Los francos del este avanzaron cruzando el río Elba para someter a los eslavos, los daneses y los bohemios hasta que se convirtieran en cristianos. Por tanto, lo que vemos aquí son dos impulsos poderosos que influenciaron no sólo la forma en la que el cristianismo se difundió sino también la forma en la que los estados avanzaban en la Edad Media.
Para entender cómo estas dos tendencias funcionaban tenemos que analizar los siglos quinto y sexto. Durante el siglo quinto, la iglesia católica no tuvo ninguna política misionera hacia los bárbaros. Si los obispos eran nombrados fuera del imperio romano era para administrar las comunidades ya existentes no para crear nuevas. Un ejemplo es el obispo Paladio a quien el papa Celestino mandó a Irlanda para administrar una comunidad pequeña. Un miembro de esa comunidad fue el pequeño niño romano-británico quien había sido esclavo en la costa de Inglaterra. Su nombre era Patricio y después hizo una contribución conceptual impresionante, siendo el primer hombre en argumentar que el mensaje de los evangelios apoyaban una misión para todos los hombres, sin importar donde vivían. Patricio puso en marcha la primera gran conversión de un pueblo: los irlandeses. Este fue un momento importante porque nadie había tratado de introducir una religión asentada en los pueblos del imperio romano y las fuentes latinas y griegas a un pueblo tribal que no vivía ni en dichos pueblos ni entendía latín o griego. El éxito de la misión se convirtió en un modelo para otras conversiones.
El otro gran cambio vino en el siglo sexto con el papa Gregorio el Grande (590-604) ya que aceptó a los bárbaros como un blanco legítimo para convertirlos. No sólo predicó y convirtió a los lombardos al cristianismo sino que mandó a un monje llamado Agustín a Inglaterra para iniciar también con la conversión de los anglosajones. Para la década de los años 680 los reinos ingleses ya se habían “convertido” y el cristianismo se cumplía por medio de las leyes reales. El pueblo en el que Agustín se asentó es conocido hoy como Canterbury su arzobispo es la figura religiosa más poderosa dentro de la Iglesia Anglicana.
Diferentes tendencias se unieron en Alemania, en la mediad en la que Irlanda y Roma enviaron una serie de misioneros importantes al este del Rhin para convertir a los paganos. Unos de estos misioneros, un irlandés llamado Killian, viajó al sur de Alemania y una de sus paradas incluyó el pueblo natal de mis padres, Heilbronn. Sólo para mostrarles qué tan fuertemente se incrustaron estos misioneros en la conciencia pública, la catedral de Heilbronn fue bautizada como la Iglesia de Killian en agradecimiento a lo que predicó. Killian fue asesinado tiempo después mientras predicaba en otras regiones de Alemania. Sin embargo, el más importante de los misioneros fue Bonifacio a quien el papa consagró como obispo sin comunidad en 722. Su trabajo no fue administrar una iglesia en particular sino convertir a las masas de paganos. En contraste con Killian, Bonifacio era inglés de un pueblo llamado Devon lo que significaba que no confiaba en los clérigos irlandeses pero que estaba muy dispuesto a tomar prestadas sus ideas.
Bonifacio era un monje y creía que lejos de retirarse del mundo, el deber de un monje era actuar para incorporar a los no creyentes en el seno de la iglesia. Esto es un concepto que tomó prestado del monaquismo que había enfatizado la construcción de monasterios en lo silvestre como una forma de extender la palabra. Dos ejemplos de esto son la fundación de monasterios en Borgoña por parte de San Columbino y el trabajo de San Gall en Swabia. Siguiendo estos ejemplos, San Bonifacio construyó una red de monasterios en Alemania que extendió la frontera del cristianismo en el este del Rhin. Pero Bonifacio es también importante por crear una red cristiana. Escribió incansablemente a otros obispos en Alemania para asegurarse que estaban predicando de forma correcta y llevó a cabo una gran correspondencia con el papa que cubrió el derecho al matrimonio, las costumbres de los sacerdotes, las ordenaciones, la liturgia, el caso de si las monjas podían lavarse entre sí los pies y sobre si comer la grasa del tocino estaba permitido.
Bonifacio fue nombrado Arzobispo de Mainz en 754 y fue asesinado ese mismo año mientras trataba de convertir a los frisios. Para ese entonces, ya había construido una nueva iglesia que estaba fuertemente incrustada en la otra de Roma. Ese vínculo sólo se rompería 750 años después por otro monje Martín Lutero.
La combinación del instinto misionero con preocupaciones sobre la seguridad imperial fue de vital importancia durante los siguientes dos siglos –y no siempre para bien. Un buen ejemplo de los resultados ambiguos de esta alianza son las campañas de Carlomagno contra los sajones guantes las décadas de os años 780 y 790. Además de destruir el potencial militar sajón, Carlomagno también obligó a que cada sajón se bautizara so pena de muerte si no lo hacía. Y con la adición de nuevos territorios se fundaron más arzobispados para organizar y administrar las nuevas tierras. De esta forma, la iglesia católica obtuvo un gran número de conversos pero nunca estuvo claro que significaban estas conversiones. ¿Eran realmente cristianos los que se convertían? Los clérigos cristianos estaban al tanto del problema. De hecho, algunos lamentaban estas conversiones forzadas precisamente porque el cristianismo era una religión de creencia no de práctica. En 796, uno de los consejeros de Carlomagno, el monje Alcuino de Cork escribió una crítica mordaz de esa política en su conjunto, afirmando que el cristianismo sólo podía difundirse por medio de enseñanzas cuidadosas y el bautismo libre.
Lo que quiero enfatizar aquí no es que el trabajo misionero estaba basado en la codicia o en un sentimiento santo sino que ambos motivos podían interactuar de formas complicadas al mismo tiempo. Un buen ejemplo es la fundación del arzobispado de Madeburgo. En 937, Otto I fundó el monasterio de San Mauricio en Madeburgo. Destinado para que se convirtiera en un arzobispado en el futuro, lo dotó con tierras vastas y derechos para obtener ingresos, incluyendo el derecho de obtener el diezmo de las poblaciones eslavas locales (Debo hacer notar que Otto I fundó una dinastía poderosa que controló a la corona imperial. Los historiadores se refieren a esta dinastía como los Ottonianos). Las acciones de Otto eran muy parecidas al robo pues nadie les preguntó a los eslavos qué era lo que querían hacer. Sin embargo, cuando finalmente se fundó el arzobispado en 968, Otto nombró al monje Adalberto para ser el arzobispo, en gran parte porque este monje era fanático del trabajo pastoral. El deseo de predicar la palabra de Dios y la codicia para obtener más tierras no pueden ser fácilmente separadas.
Este proceso por el que los reinos y las religiones se expanden crea una tensión permanente dentro del mundo cristiano occidental. La crítica comienza en contra de las conversiones forzadas pues algunos clérigos perciben que la expansión del cristianismo sirve solamente como un pretexto para expandir el poder político. Esta situación coexistía en contraste con la situación en el imperio oriental. Como se acordarán, la jerarquía de la iglesia estaba subordinada a las necesidades del emperador. Sin embargo, en el occidente la relación no estaba tan clara y se volvió más oscura pues tanto el estado como la iglesia se fusionaron durante los siglos octavo y noveno. Ya he mencionado cómo las autoridades seculares no sólo obtuvieron control sobre ciertas propiedades de la iglesia sino que también creían que tenían el derecho de controlarlas.
Las estructuras del derecho germánico y las tradiciones imperiales de Carlomagno constantemente permitían que la nobleza tuviera acceso a la iglesia. La jerarquía de la iglesia nunca aceptó esto especialmente porque la nobleza tenía el hábito de colocar a sus hijos en posiciones importantes dentro de las iglesias y monasterios. Estos nobles en la iglesia no siempre eran santos lo que llevaba a un declive de la actividad pastoral. Una tendencia similar surgió en el monaquismo. La regla de San Benedicto (568) estableció una serie de formas y reglas para regular la vida monástica pero en los siglos venideros el incremento en el número de monasterios en Europa hizo que no respetaran estas reglas. Lo que llevó a que se percibiera un declive en la pureza de la vida monástica. Este declive dio ímpetu a movimientos reformistas dentro de la iglesia que afectaron la naturaleza de la monarquía.
El primer movimiento de reforma dentro de la iglesia fue de hecho un producto de desórdenes políticos en Francia durante el siglo noveno que fueron causados por el declive imperial y las invasiones vikingas. Durante este tiempo, los obispos comenzaron a asumir poderes que tradicionalmente estaban en manos de los reyes, inclusive el derecho a comenzar guerras. Al mismo tiempo, estos hombres de la iglesia comenzaron a construir teorías que limitaban el poder de la iglesia, como la teoría de los tres órdenes que dividía a la sociedad en aquellos que luchaban, aquellos que oraban y aquellos que labraban la tierra. La iglesia reclamó el derecho a determinar cuándo la gente debía luchar, incluso amenazando a los nobles con la excomunión si atacaban a los desprotegidos o si violaban los tiempos preescritos de guerra.
El segundo movimiento surgió por la reforma monástica cuyo primer ejemplo fue la Abadía de Cluny fundada en 909. Por medio de una serie de distinguidos abades como Odiolo (994-1049) y Hugo (1049-1109) Cluny revigorizó los monasterios de Europa al hacer un llamado para regresar a la disciplina. Cluny expandió su influencia por medio de afiliaciones a otros monasterios aunque la relación nunca fue de sumisión completa. No obstante, al afiliarse oficialmente a Cluny, el monasterio obtuvo poder contra algunas de las presiones por parte de los nobles. Aunque Cluny nunca atacó abiertamente los derechos de los reyes sobre las iglesias, el proceso de afiliación traía consigo daños políticos de largo plazo. Estos daños se hicieron relevantes al fundar otra abadía en Cîteaux bajo la guía de San Bernardo de Clairvaux. Este monasterio se especializó en fundar casas subordinadas en áreas no cultivadas. Los nobles normalmente estaban dispuestos a dar las tierras improductivas a los monjes, creyendo que era mejor obtener algunos peniques que no obtener nada. Las abadías cistercenses diferían de Cluny en dos asuntos importantes. Primero, estaban jerárquicamente organizadas lo que hacía difícil que los nobles intimidaran a una sola casa para que hiciera lo que ellos querían, pues había una estructura completa de monjes en la que recaían. Segundo, los cistercenses practicaban una serie de altos ideales que enfatizaban que el primer deber de cualquier hombre siempre era Dios. Esto limitó la autoridad del rey sobre cualquier individuo, pero particularmente sobre aquellos con posiciones clericales.
El último movimiento provino dentro del papado, pues las debilidades políticas dentro del imperio permitieron que los papas ejercieran cierta autoridad. Aunque los papas estaban bajo la autoridad de los Ottonianos durante el siglo décimo, esencialmente haciendo lo que los Ottonianos les decían que hicieran, para el siglo onceavo comenzaron a intervenir en asuntos fuera de Italia como negociadores independientes. Estas intervenciones estaban enraizadas en la creencia que de la iglesia había perdido su camino. En particular, los papas se oponían al matrimonio de los clérigos y a la investidura secular (llamada simonía). El descontento con las prácticas de los sacerdotes y la interferencia de los reyes en asuntos de la iglesia llegaron al colmo durante el papado de Gregorio VII (1073-1085). Gregorio junta muchos de estos temas que hemos estado analizando. Era un monje y un producto de un movimiento de reforma austera. Atacó a los nombramientos que el Sacro Emperador Enrique IV hizo a la iglesia. Enrique IV rompió su pacto de obediencia con el papa en 1076 y el papa lo excomulgó.
Esto fue un desastre político para el emperador pues todos los juramentos que sus subordinados habían hecho eran inviolables. Surgió una reconciliación un año después en Canossa, Italia cuando el emperador fue forzado a rogar por su perdón al arrodillarse en la nieve. Esto sólo era temporal pues Enrique después logro que eligieran a un papa de su conveniencia.
La controversia sobre la investidura nos lleva al final de esta sesión pero también apunta a una de las tensiones básicas y más fructíferas del mundo medieval: el conflicto entre lo secular y el poder religioso. Las acciones de Enrique IV llevaron a una campaña pública a favor del papado para lograr el control de la iglesia y a establecerla como árbitro moral. La campaña en gran parte fue exitosa aunque muchos de los resultados no siempre fueron morales. El mejor ejemplo de la resultante inmoralidad fueron las cruzadas a Tierra Santa. No obstante, desde el siglo undécimo en adelante existía una retórica constante y una batalla práctica entre los emperadores y los reyes por un lado y entre los papas y los obispos en el otro. Esta tensión fue característica del nuevo mundo cristiano y fue una fuerza importante detrás de la subsiguiente expansión alrededor del mundo

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